miércoles, 21 de marzo de 2012

Había una vez una princesa...

Soñando despierta...
De nuevo mientras me veía al espejo, con mi vestido de seda azul turquesa, con encajes en la falda, el corsette,   las mangas largas, el delicado escote, la corona sobre mi cabello suelto, esa corona que destellaba al moverme, mis labios color carmín, ese bosque de mis ojos, mi delicada piel, sus distintas variedades, realmente yo era bella, era perfecta.

Abrí mis ojos y mi realidad era otra, mis cabellos no eran dorados, eran del color de la paja, mis ojos eran opacos, mis labios eran tan delgados, tan blancos, mi piel era amarilla, y mi vestido, no, yo no llevaba vestido, traía un pantalón todo roto, una playera que me quedaba enorme, rota, desgastada, no tenía zapatos, mis pies estaban heridos y tenían un poco de sangre en las plantas. Tenía hambre, hacía días que no probaba bocado. El frío era duro, sobre todo por las noches, cubrirme con un cartón a veces no bastaba, el suelo no era cómodo, prefería el pasto, pero a veces los policías me golpeaban. Todos me miran feo, pasan delante de mi y me evitan, algunos se ríen; pero claro, no todos son igual, algunos me miran, me sonríen, me tienen lastima y me lanzan una moneda, me regalan comida y algunos hasta ropa, ¿Mi madre? ¿Mi padre? No sé quienes sean, un día amanecí aquí y no recuerdo nada más. Estoy sola, no tengo nada ni nadie, quizá debería morir, pero aún conservo esperanza, sueño con que un día todo cambiará, que tendré a alguien y me querrá, que dormiré en una cama calientita y no me pasaré más hambres, no tendré frío, me abrazarán y besarán la frente como a todos los hijos.  




Pero por ahora debo continuar, ya es de noche, buscaré donde dormir.

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