domingo, 27 de julio de 2014

Ella...

Su forma de ser, su sonrisa, sus ojos, su mirada, su manera de caminar, su voz, su cabello, su piel, sus ideas, su risa, ella, toda ella me encantaba, cada detalle, por más pequeña e insignificante que fuera.

Quería detener el tiempo, sólo para verla, quería saber que se sentiría tomar su mano y entrelazar mis dedos con los suyos, quería arrastrala al infierno donde vivo porque ella podía ser justo el demonio que necesitaba... pero no, aquello era imposible, sólo era una idea más en mi cabeza y ahora sólo quedaba esperar para que no se esparciera como un virus. Me conformaba con pasar tiempo con ella, hacerla reír, hablar de cualquier tontería, ver el brillo en sus ojos, caminar a su lado, sentía que los minutos eran segundos y a la vez que todo se detenía a nuestro alrededor.

No podía enfrascar a aquella criatura en mi mundo, ella debía ser libre y quemarse por su propia voluntad si así lo deseaba, sí, eso sería lo mejor, quizá habría siempre alguien que desease que ella estuviera a su lado cada mañana al despertar, alguien que fuera tan egoísta como para querer intentarlo, pero esa persona no sería yo. 




Ella necesitaba castillos en el aire y aquello no lo podía ofrecer.