martes, 21 de octubre de 2014

Carta de despedida...

Querida Elizabeth,

Lo siento, amor, esta será la última carta que te escriba, simplemente ya no puedo continuar así, una mujer como usted no debería estar con alguien como yo, lamento todos los inconvenientes que esto le ocasiona a su persona. No deseo que a causa de estas palabras dude de mi amor, pues ese no es el propósito, mi amor por usted existirá hasta que la ultima célula de mi cuerpo haya perecido, tampoco quiero ser la causa de su sufrimiento ni desdicha, puede olvidar cada momento que vivimos juntos si así se requiere, yo, por mi parte, quiero que sepa que la recordaré como la mas dulce de mis felicidades, el más puro de mis amores.

Quizá se pregunte sobre cómo es que he llegado a estas conclusiones a tan abrupta decisión, pero si puedo serle honesto no estoy seguro sobre la respuesta, solo fueron ideas que he llevado conmigo a través del tiempo, inseguridades, tal vez, que han llegado a un punto al cual no puedo refutar, usted no puede ser feliz a mi lado por numerosas razones, no es solo mi pobreza que tantas veces me ha hecho saber que le es indiferente, pero basta con recordar las ocasiones en las cuales se ha lamentado por mi nombre.

Le pido que me perdone desde lo mas profundo de mi ser, comprenderé bien si ahora no puede entender las razones por las cual ya no podré estar mas con usted, comprenderé si se siente abandonada, traicionada, engañada, tiene usted toda la libertad del mundo para juzgarme y darme mi pena, comprenderé si me desea la muerte o el peor de los males, quiero que sepa que yo nunca dejaré de pensar en usted, que le deseo la mas profunda de las felicidades y toda aquella alegría que yo fui incapaz de brindarle.

No dudo en que pronto encontrara a alguien más, alguien que sea digno de su persona, que logre causar en sus ojos el brillo que opaca al sol, ese dolor tan gratificante que viene después de tanto sonreír. No quiero extender mas esta despedida, no me busque, pues ya no me encontrará.

Siempre suyo, Rafael

miércoles, 15 de octubre de 2014

Razones para no enamorarse de un suicida...

A veces me preguntaba porque justamente tenía que enamorarme de ella... de sus defectos, de sus risas falsas, de sus errores, de sus letras, de sus palabras, de su manera torpe de andar, de sus manías, de su ignorancia, de su falsa inocencia, de sus mentiras, de su pensamiento suicida. 

Hoy ciertamente creo que jamás lo entenderé. No, no sé cómo o cuando es que pasó, sólo recuerdo que un día desperté necesitando sentir su piel, respirar su aroma, oír su voz y saber de ella, aquel fue el día en que inicia esta larga condena, una sentencia de la cual jamás hubo juicio ni una sola advertencia que me dijera que ese día iniciaría la mas grande de mis agonías. El tiempo pasaba  con su manera habitual de correr, los segundos perseguían a los minutos y estos perseguían a las horas, parecía una carrera sin final y a medida que incrementaba su velocidad, los latidos de mi corazón se hacían más veloces, más cercanos, yo solo esperaba el momento de verla, de poder sostener sus manos entre las mías y que sus besos inyectaran ese veneno que ahora tanto anhelaba, si, quizá había perdido la cordura, pero su sonrisa era razón suficiente para que cualquiera lo hiciese, bastaba solo una mirada para caer rendido ante tan magnifico ser.

Pero ella no lo veía así, ella se creía el peor de los demonios. Yo, por mi parte, admito, sin pena alguna, que quizá tenía razón, que aquel angel en realidad solo era un demonio disfrazado, divirtiéndose con la miseria que traía a los humanos que se ahogaban entre sus redes. Su suave perfume era el más peligroso de los anzuelos y el brillo de sus ojos era la mas letal de sus armas, con un roce de piel podía detener mil corazones; pero, aquel ser lo único que quería era una razón para vivir, pues aún no había encontrado ninguna y si bien se divertía, aquello no le parecía digno para seguir continuando, ella buscaba algo mas, algo que la llevara hasta los límites, que la hiciera volar aun estando amarrada a la gravedad.

Así fue como el abismo se enamoró de ella y la sedujo para que un día se entregará por completo y se rindiera ante el vacío que este contenía, así fue como ella decidió que un puente era el camino hacia la idealización de la vida, cerrando los ojos y yendo en contra de la gravedad fue como se encontró con el infinito, concluyendo que la vida, después de todo, solo tenía un propósito y que este era morir.